lunes, 24 de agosto de 2015

Wanda Jakubowska


El reencuentro.

Leyendo el libro “Espejos en Auschwitz”, entre las páginas 35 y 62 encontré una sorpresa muy agradable: una referencia a la cineasta Wanda Jakubowska (Varsovia 1907- Varsovia 1998). La referencia era a una de sus primeras películas sobre la vida de las mujeres en el campo de concentración de Auschwitz, “Ostatni etap” (“La última parada”, 1948). (Aquí dejo el enlace de la película https://www.youtube.com/watch?v=jngFlQ-Ej8U). Debo confesar que también tuve una no tanta sorpresa, un poco más desagradable, cuando intenté buscar datos sobre su biografía y su manera de entender el mundo: sólo he podido encontrar unos cuantos datos sobre su vida académica y profesional. Creo que Jakubowska era alguien capaz de proponer muchos temas de reflexión y que luchó por ser escuchada. El tiempo y la distancia han reducido los 90 años vividos con intensidad a medio folio lleno de fechas. Folio que invita a contextualizar el argumento de las películas de Wanda sin dejar espacio para la expresión de sus sentimientos y opiniones. Y es que, cuando se habla de su trabajo, también se borra a la mujer. No se reflexiona sobre su voz, ni sobre sus sentimientos ni sobre sobre su manera de mirar la vida. Sólo se analizan, con un poco de desgana y porque no hay otro remedio, los hechos que narra y los datos técnicos aunque apunten hacia un estereotipo femenino. Así,  Jakubowska se muestra al mundo por todo aquello que no está recogido en su biografía: no se encuentran padres ni hermanos, no se conoce su infancia ni adolescencia ni el resto de vida, no consta un marido ni un divorcio ni una residencia fuera de Varsovia, tampoco se hace referencia a su posible descendencia. Tampoco se sabe si esta forma de mostrarse al mundo fue un deseo de la cineasta. Sobre todo cuando se habla de alguien que intentó dejar un testimonio del trozo de la historia que le tocó vivir. Lo que sí parece es que esta tímida lista de fechas es un reflejo del borrado social de las mujeres impuesto por el sistema patriarcal. Dificultades de visibilidad impuestas sin excepción por el heteropatriarcado a todas las mujeres para dejarlas fuera de los espacios públicos o, en el mejor de los casos, en sus fronteras. Así,  Jakubowska queda reducida a una película que marca un hito en la manera de narrar y que desarrolla un nuevo estilo en la forma de estructurar el testimonio de lo vivido: la evocación del reencuentro. Pero se ha despojado a Wanda de una genealogía, de una vida como ciudadana de su tiempo, de sus emociones y de su voz. No parece que todo esto sea por respeto a su vida privada.

Wanda  Jakubowska estudió historia del arte en la Universidad de Varsovia. En 1942 es arrestada por pertenecer al movimiento de la Resistencia Polaca. Tras permanecer 6 meses en la prisión de Pawiak en Varsovia, Jakubowska es trasladada al campo de concentración de Ravensbrück y finalmente a Auchswitz hasta el 18 de enero de 1945. La intensidad de las vivencias de estos años fueron determinantes de su vida profesional y personal. Durante sus casi 50 años de su carrera profesional dirigió unas 30 películas y escribió un número similar de guiones. Entre sus películas, se encuentra una trilogía dedicada a sus vivencias y a las de otras mujeres con actitudes de resistencia que lucharon contra el poder establecido en Auschwitz- Birkenau (“La última parada”, “El final de nuestro mundo” e “Invitación”). La primera de la trilogía, por orden cronológico, es “La última parada”, un retrato de la vida de las mujeres en el campo de concentración. Jakubowska recurre a su propia experiencia para ofrecer una imagen de la “fábrica de muerte” mediante figuras retóricas típicas de la narrativa concentracionaria tardía como la oscuridad y las imágenes realistas del campo. Así la película se rodó en Auschwitz- Birkenau y unas 350 actrices fueron antiguas deportadas del campo. Esto da autoridad a la película pero, no como un aclaramiento de la opacidad del régimen nazi si no como un documento de los testigos. La película puede considerarse como una muestra de la cotidianeidad de las mujeres en Auschwitz sin querer mostrar la estructura funcional del nazismo como en otras películas testimoniales como “Memory of the camps” de 1945 en la que predominan las escenas de grupos, de la organización del campo y de su funcionamiento. En cambio, lo que busca Jakubowska con su película mediante primeros planos y el encadenamiento de expresiones es mostrar el espíritu de supervivencia y la capacidad de generar ideas, creatividad y cotidianeidad por parte de la realidad del campo mostrada como un “collage” hecho de esqueletos, cadáveres amontonados, ratas y enfermedades como el tifus y la tuberculosis..   

Aunque en la escala de valores de Jakubowska no ocupa el primer lugar el feminismo ya que ella misma aceptó aspectos un tanto misóginos del estalinismo, se puede considerar a esta cineasta como una de las precursoras de la narración mediante testimonios del mundo femenino en los campos nazis, además de ofrecer una alternativa a las tesis de Lanzman (1981) que afirma que la ficción es una transgresión que acaba con el carácter único del Holocausto y que las imágenes son sólo fetiches que no pueden elaborar la memoria histórica.

Los discursos contra un grupo social consisten en convertir al otro, en los espacios dialécticos públicos, en algo no humano, distante y a eliminar. Una parte muy importante de la historia, a partir de los últimos siglos, está escrita mediante testimonios de ambos bandos que comparten un mismo mercado dialéctico y de opinión. En general, la recuperación de los testimonios femeninos es más tardía que la de los hombres. Esto se debe a que en la narración testimonial, se encuentran entremezclados el ámbito de lo personal con el político y la voz femenina siempre ha encontrado dificultades para llegar a los espacios públicos debido a la lógica patriarcal dominante. Así, en España, hasta el siglo XXI no se recogen testimonios femeninos del Holocausto.   

Cabe añadir que el guion de “La última parada” está coescrito con Gerda Schneider, una comunista alemana que conoció a Jakubowska en el campo. En el verano de 1945, Gerda y Wanda se encuentran en Berlín para empezar a escribir el guion de “La última parada”. Gerda escribió la primera versión en alemán y de su vida se sabe muy poco. Desde 1933 fue una presa política del régimen alemán y muchos testimonios de su entorno la recuerdan como alguien que adoptó una actitud valiente y ayudó a muchos compañeros desde su elevada posición en la jerarquía de prisioneros.

 Bibliografía

Haggith, T. and Iewman, J. (2005) Holocaust and the moving images. p.p. 226- 232, Wallflower Press, Ed.

Haltof, M. (2010) Return to Auschwitz. Wanda's Jakubowska's “The last stage” (1948).The Polish Review 55: 7-34.

Lanzman, C. (1981) Shoa. Le livre de Poche.

Rodríguez Serrano, A. (2015) Espejos en Auschwitz Ed. Shangrila.

Zamora, J.A. (2002) Negatividad y representación después de Auschwitz. En Reyes Mate (ed.) La filosofía después del Holocausto. Ed. Riopiedras. p.p. 277- 303.

viernes, 21 de agosto de 2015

Narración 6

Una indiferencia.
La tarde pasada, María estaba tranquila en el sofá de su casa. Era martes y los martes por la tarde tiene fiesta en el trabajo. Por la ventana del comedor entraba una luz intensa y desparramada que no dejaba hacer la siesta, ni siquiera dormitar. Entraba una luz alegre de la que coge de la mano y tironea hacia la calle. Tarde de paseo. Tarde de dejarse llevar por pisadas caprichosas sobre el asfalto. Hacía días que no dedicaba un rato a hacer el perro ni a estar tranquila. La discusión de la semana pasada la había dejado sin ganas de hacer nada. Fue una bronca descomunal a raíz de que María planteara su necesidad de socializarse un poco más. Pasaba mucho tiempo sola en el trabajo y casi no tenía amigas. Sólo contaba con esos encuentros esporádicos de pareja que esperaba con ilusión aunque solían acabar con alguna lágrima y unos cuantos berrinches. María estaba sola por dentro. De todas maneras, estaba más animada, tenía ganas de ver la luz y de cansarse a base de andar. María estaba contenta con los planes de reconciliación: cuando llegara a casa quería escribirle un mensaje largo y tierno, de aquellos que dicen “voy hacia ti para convertir tus amenazas en caricias”.

Eso de vivir lejos le hacía vivir una relación hecha de encadenar paréntesis, de amontonar trozos de vivencias y de recortar discontinuidades. Pero, es tan agradable la espera cuando ya tiene fecha el encuentro. Encuentros debidos a separaciones sin sentido y sólo explicables desde la truculencia de la relación. Podían haber unido sus vidas desde el primer día ya que desde que se conocieron tenían trabajos temporales y esporádicos que no hubieran entorpecido la convivencia bajo un mismo techo. Y es que a veces, las relaciones se moldean en estructuras caprichosas.

Lo importante de esta tarde es que María estaba animada, canturreaba en voz baja marcando un ritmo decidido a su paso. Fue esta animosidad lo que le impidió darse cuenta de la mirada de quien la estaba siguiendo desde hacía un buen rato. Era una mirada fija, de las que buscan el punto óptimo de encuentro. Cuando María pasaba por delante de la puerta abierta de un garaje, no se dio cuenta de que su agresor corría hacia ella para empujarla hacia dentro y cerrar la puerta. María se quedó de pie intentando acomodar la vista al cambio brusco de iluminación. Entendía lo que estaba pasando pero, no podía reaccionar. De un empujón cayó al suelo boca arriba y no hizo gesto alguno cuando sintió que la estaba apuntando con un cuchillo en la cara. Aún recuerda el tacto firme de la punta haciendo presión en su mejilla hasta abrir una herida superficial pero lo suficientemente profunda como para dejar una marca perenne, como si fuera una pequeña ventana con miras a este infierno particular. Ventana sin reflejos donde sólo había unos ojos que la miraban y que la mantenían en un estado de alerta cada vez más tenso a pesar que sabía muy bien cual iba a ser el paso siguiente. María acababa de descubrir que las miradas tienen textura y color. Esta mirada era metálica y amarilla y se resistía a quedarse en un recuerdo. Siempre será un presente.

María, aplastada contra el suelo, sentía un dolor difuso en todo el cuerpo que borraban sus espacios dialécticos hasta dejarla sin poder procesar señales ni construir pensamientos. María no estaba allí mientras el dolor crecía y buscaba alojarse debajo de las uñas y en las raíces de los pelos. María estaba borrada mientras le llegaba como si fueran brasas, la calidez de las gotas de saliva que saltaban a su cara cada vez que explotaba una de las burbujas que se iba formando en la comisura de la boca de su agresor. A la vez, María sentía una turgencia creciente que le apretaba el pubis. No podía recordar el momento que le arrancó las bragas pero, ese rascar por dentro, ese peinado del moco vaginal cada vez más rápido hizo que se relajara. El final estaba cerca.

El final ya había pasado y María seguía allí tendida. Sola. Temblaba en los quejidos que le ayudaban a levantarse para salir de aquel lugar desagradable.


Anduvo hacia su casa, hacia su ducha. Por un momento pensó en ir a comisaría pero, ya le enseñó su madre que no hay que confiar en los desconocidos. Y María no conocía a nadie en comisaría. Sólo conocía a quien la agredió, a quien hizo contra su voluntad lo que hasta ahora deseaba, a quien no supo eliminar el sabor de almendras verdes dejado por la última discusión, a quien no dejó dilatar mucho la espera de un nuevo encuentro. Y es que María se siente cobarde por no acabar de una vez por todas con esta situación, por volver al coqueteo mientras dice que no, por abrazar el negacionismo que la condenan al “esto no me pasa a mí” y al “también tiene cosas buenas”. Hay que respetar el espacio privado cuando éste se repliega dentro de los marcos del discurso dominante. Discurso lleno de contradicciones que emborronan la palabra definitiva. Y mientras María pensaba la manera de acabar definitivamente con esta situación, escribía “voy hacia ti...” en su móvil.