miércoles, 16 de diciembre de 2015

Narración 9


Un buen propósito

Hoy, María ha tenido una pesadilla. Su hermana se había perdido. Había salido, sin que nadie la viera, de la casa donde la dejó atada a una silla, con los ojos vendados y con la boca llena de trapos. Hace ya tiempo que dejó así a su hermana: muda y alejándose cada vez más hasta convertirse en un zumbido que sale de la memoria cada vez que alguien articula su nombre. Desde siempre estuvieron muy unidas hasta que la vida las separó. Fue por dinero y por las malas compañías. Cada vez que veía a María le pedía una cantidad con la promesa de devolverla al mes siguiente. Así fue como María se convirtió en coleccionista de promesas y de deudas. Pronto empezó a no contestar a sus llamadas y a retrasar los encuentros y pronto fue creciendo el propósito de hablar largo y tendido con ella y sobre ella y sus dependencias emocionales que le hacían empezar una nueva vida cada semana. Una nueva vida que siempre la devolvía al punto cero, sin pasado, sin presente, todo futuro que se desvanecía con el golpe certero que la descabalgaba.  Por el contrario, María tenía una naturaleza mental frágil que le hacía pasar la mayor parte de su vida enferma: tosiendo, con nauseas o rascando. Temerosa de todo lo que le rodea representaba una normalidad definida por lo que no se encuentra en lo perverso.

Las dos hermanas compartían la opinión de hablar abiertamente y con tiempo de ese malestar que estaba creciendo entre ellas. Mientras, María y su hermana iban posponiendo el encuentro de reconciliación por falta de tiempo y por falta de palabras para poder empezar el discurso sobre la vacuidad. En el fondo sabían que esta conversación pendiente iba a ser la puesta en escena de una ruptura definitiva y ambas querían que esta ruptura no provocara dolor, que fuera lenta hasta el punto de perder la consciencia de que algo estaba cambiando en sus vidas. Querían que el distanciamiento fuera como una proyección natural de sus maneras de vivir tan dispares. Parecía que lo estaban consiguiendo. Aún no se habían dicho nada.

Desde el principio de las diferencias, la hermana de María se había convertido en una pesadilla recurrente; ahora tiene una hermana que vuelve cada tanto y que lo hace de la manera que más puede atormentarla. No quiere volver a dormirse, no quiere que se repita el sueño. Ninguna de las dos se sentía culpable por el distanciamiento, fue un capricho del carácter de las circunstancias, el mismo capricho que hace que María sueñe con ella, con su destino, nunca tuvo suerte y se aferró a todos los bandazos que fue dando en la vida como una marioneta que se aferra a los hilos que la manejan para evitar una caída. Todo un ejemplo de inestabilidad. Se separaron porque no querían seguir provocándose dolor y lo diluyeron en las parestesias emocionales provocadas por la distancia creciente entre ellas, distancia que nunca fue enunciada en sus espacios dialécticos. Así, María no tiene la sensación de que nada haya terminado, ni de haber empezado otra cosa ni de haberse trasladado donde estaba ahora para echar el último aliento.

Nunca imaginó que el lecho de muerte fuera eso: una cama de hospital en la que sentir cómo se va la vida con cada parpadeo sin saber lo acelerada que es la cuenta atrás ni cómo se ha vuelto un imperativo la despedida. Hoy había pedido que le suspendieran la morfina, quería ser consciente de la última experiencia que le ofrecía la vida. Además quería reconciliarse con su hermana, quería acortar tanto desapego con una comida juntas, con una última comida. Se aferró a la mano que tiraba de las sábanas y empezó a pensar en la manera de alargar la agonía. Rechazó el vaso que le acercaban a los labios mientras contenía el pujo de dolor que le mordía el vientre. Sudaba, ayer el termómetro marcaba cuarenta grados, hoy da igual su temperatura corporal ya que sólo pide tiempo. El sudor le abrasaba los ojos y la espalda. Y los pies. Sólo pide tiempo. Ahora, la vida ya no se guía por los hechos generados por su duración, la vida es ahora algo efímero y la muerte se identifica con la fugacidad. Va a ser un segundo, como una sístole definitiva con el circuito abierto. María sólo pide un poco de capacidad para demorarse. Se está muriendo a destiempo y se dispersan los momentos que quedan de vida sin que María pueda experimentar ningún tipo de duración. Sólo intentaba agarrarse al mundo del eterno retorno que perpetua el presente en una escena recurrente, imagen acabada. María ya ha dejado el mundo de la velocidad en la que el tiempo va encadenando las cosas que pasan mientras estructura nuevos lugares de significación. María, sólo quería un zumbido de ese tiempo para poder reordenar su vida.

María dejó de respirar cogida de la mano de su hermana. No pudo abrir los ojos y verla. Quedó pendiente la comida. Y es que nunca se sabe cómo va a ser nuestro último día.