Un buen propósito
Hoy, María ha
tenido una pesadilla. Su hermana se había perdido. Había salido, sin que nadie
la viera, de la casa donde la dejó atada a una silla, con los ojos vendados y
con la boca llena de trapos. Hace ya tiempo que dejó así a su hermana: muda y
alejándose cada vez más hasta convertirse en un zumbido que sale de la memoria
cada vez que alguien articula su nombre. Desde siempre estuvieron muy unidas
hasta que la vida las separó. Fue por dinero y por las malas compañías. Cada
vez que veía a María le pedía una cantidad con la promesa de devolverla al mes
siguiente. Así fue como María se convirtió en coleccionista de promesas y de
deudas. Pronto empezó a no contestar a sus llamadas y a retrasar los encuentros
y pronto fue creciendo el propósito de hablar largo y tendido con ella y sobre
ella y sus dependencias emocionales que le hacían empezar una nueva vida cada
semana. Una nueva vida que siempre la devolvía al punto cero, sin pasado, sin
presente, todo futuro que se desvanecía con el golpe certero que la
descabalgaba. Por el contrario, María
tenía una naturaleza mental frágil que le hacía pasar la mayor parte de su vida
enferma: tosiendo, con nauseas o rascando. Temerosa de todo lo que le rodea
representaba una normalidad definida por lo que no se encuentra en lo perverso.
Las dos hermanas
compartían la opinión de hablar abiertamente y con tiempo de ese malestar que
estaba creciendo entre ellas. Mientras, María y su hermana iban posponiendo el
encuentro de reconciliación por falta de tiempo y por falta de palabras para
poder empezar el discurso sobre la vacuidad. En el fondo sabían que esta
conversación pendiente iba a ser la puesta en escena de una ruptura definitiva
y ambas querían que esta ruptura no provocara dolor, que fuera lenta hasta el
punto de perder la consciencia de que algo estaba cambiando en sus vidas.
Querían que el distanciamiento fuera como una proyección natural de sus maneras
de vivir tan dispares. Parecía que lo estaban consiguiendo. Aún no se habían
dicho nada.
Desde el
principio de las diferencias, la hermana de María se había convertido en una
pesadilla recurrente; ahora tiene una hermana que vuelve cada tanto y que lo
hace de la manera que más puede atormentarla. No quiere volver a dormirse, no
quiere que se repita el sueño. Ninguna de las dos se sentía culpable por el
distanciamiento, fue un capricho del carácter de las circunstancias, el mismo
capricho que hace que María sueñe con ella, con su destino, nunca tuvo suerte y
se aferró a todos los bandazos que fue dando en la vida como una marioneta que
se aferra a los hilos que la manejan para evitar una caída. Todo un ejemplo de
inestabilidad. Se separaron porque no querían seguir provocándose dolor y lo
diluyeron en las parestesias emocionales provocadas por la distancia creciente
entre ellas, distancia que nunca fue enunciada en sus espacios dialécticos. Así, María
no tiene la sensación de que nada haya terminado, ni de haber empezado otra
cosa ni de haberse trasladado donde estaba ahora para echar el último aliento.
Nunca imaginó
que el lecho de muerte fuera eso: una cama de hospital en la que sentir cómo se
va la vida con cada parpadeo sin saber lo acelerada que es la cuenta atrás ni
cómo se ha vuelto un imperativo la despedida. Hoy había pedido que le
suspendieran la morfina, quería ser consciente de la última experiencia que le
ofrecía la vida. Además quería reconciliarse con su hermana, quería acortar
tanto desapego con una comida juntas, con una última comida. Se aferró a la
mano que tiraba de las sábanas y empezó a pensar en la manera de alargar la
agonía. Rechazó el vaso que le acercaban a los labios mientras contenía el pujo
de dolor que le mordía el vientre. Sudaba, ayer el termómetro marcaba cuarenta
grados, hoy da igual su temperatura corporal ya que sólo pide tiempo. El sudor
le abrasaba los ojos y la espalda. Y los pies. Sólo pide tiempo. Ahora, la vida
ya no se guía por los hechos generados por su duración, la vida es ahora algo
efímero y la muerte se identifica con la fugacidad. Va a ser un segundo, como
una sístole definitiva con el circuito abierto. María sólo pide un poco de
capacidad para demorarse. Se está muriendo a destiempo y se dispersan los
momentos que quedan de vida sin que María pueda experimentar ningún tipo de
duración. Sólo intentaba agarrarse al mundo del eterno retorno que perpetua el
presente en una escena recurrente, imagen acabada. María ya ha dejado el mundo
de la velocidad en la que el tiempo va encadenando las cosas que pasan mientras
estructura nuevos lugares de significación. María, sólo quería un zumbido de
ese tiempo para poder reordenar su vida.
María dejó de
respirar cogida de la mano de su hermana. No pudo abrir los ojos y verla. Quedó
pendiente la comida. Y es que nunca se sabe cómo va a ser nuestro último día.