Puede parecer que sólo hay una forma de expresar con palabras el sentimiento de amor hacia alguien. Pero, la interpretación de una sonrisa nunca ha sido unívoca ya que implica todo un proceso de toma de conciencia de una emoción mal definida. Quizás esta mala definición emocional es el determinante de la existencia de muchas formas de querer. Así, hay quienes anhelan objetos exclusivos con un precio muy alto. Son los que encuentran erótico el dinero o a quien lo posee y se rinden a su obtención. Solo vale aquello que vale.
Hay quien dice que es amor el aguijoneo de un deseo doloroso cuando está cerca de alguien en concreto. Es como una puñalada en el estómago que se siente sin motivo. Es lo que sienten aquellos que no saben qué les pasa; aquellos que creen en el amor a primera vista; aquellos que buscan el amor de su vida. Otras personas asocian el amor a un estado depresivo que aumenta con la distancia de la persona amada. Es lo que sienten quienes disfrutan cuando se les trata como a un objeto, los que creen en la entrega y en la misión vital de hacer feliz a alguien. Es el querer de quien siente mariposas en la barriga cuando está cerca de la persona amada y se siente desaparecer con la distancia, es como un languidecer feliz.
También hay quienes buscan un contacto físico que los libere de una ansiedd creciente. Son los que creen qu no pueden vivir sin la persona querida, los que piensan que se les apagaría la luz si no hubieran conocido a alguien en concreto. Muchas personas esperan del amor la conversión de la vida en un divertimento. Son los que miden la intensidad del amor en términos de risas articuladas. Son los que buscan lo más agradable de la vida.
También hay los que escapan al amor. Son aquellos que no quieren dar forma a sus sentimientos. Son los dominantes, los indiferentes y los que quieren de una forma utilitaria. Algunas personas hacen del amor un estilo de vida, se sienten vacías sin ese sentimiento y sufren en su nombre cuando lo sienten. Son los que ningunean los matices, los que buscan un sentir binario, los inseguros, los que no pueden vivir sin sabre qué pasará en siglo que viene.
Hay quienes viven de espaldas a cualquier sentimiento. Son los pragmáticos, los que exprimen sus vivencias para la obtención de un mayor bienestar. Son los vividores, los que se beben la vida de un trago, los que no miran atrás. Son personas que encuentran nuevas formas de interpretar su malestar y descubren nuevas maneras de suavizarlo. Son los que se preocupan por inventar sus propios sentimientos adaptándolos a las nuevas realidades generadas por el paso del tiempo.
Mucha gente vive empeñada en sentir con un estilo emocional determinado por su identidad y por su rol asignado en el nacimiento. Son la mayoría. Mayoría formada por personas predecibles, personas que engrosan el público del fake y de la manipulación. Son los que aplauden cuando toca y los que lloran después sin acordarse del motivo aunque, la verdad, no parece necesario ningún motivo para llorar.
Hay algunas personas que rechazan directamente las cosas del querer. Son las que se dejan llevar por la inmediatez y eligen la oferta más placentera.
No parece que María pueda encasillarse en ninguno de estos estilos amorosos. A María nunca la quiso nadie a pesar de sus esfuerzos por establecer un vínculo emocional con alguien. Y, es que María siempre ha vivido bajo un caparazón de mentiras justificadoras de un presente que intentan eliminar la disonancia entre la vivencia de María y la intencionalidad ajena. Mentiras encadenadas a un discurso de ruptura con su autoconfianza hasta hacerla callar. María desconfiaba de todo, hasta de ella misma. Las mentiras nunca han sido inocentes ni siquiera las piadosas, las que se dicen para evitar un daño. Las mentiras sirven para apartar de la realidad a quienes tienen un escaso conocimiento especulativo que dificulte la valoración de lo que realmente pudo haber pasado.
La madre de María, cuando supo que estaba embarazada, concentró todas sus fuerzas en abortar. N debería ser difícil, muchas lo hacían hasta sin quererlo. Durante las primeras semnas de gestación, la madre de María se tiró varias veces por las escaleras. Unos veinte peldaños que, en el último intento, le rompieron la muñeca y, desde ese día, solo podía hacer unos inútiles movimientos dolorosos limitados a un escaso desplazamiento lateral de los dedos. Su muñeca se había convertido en una deformidad dorsal que le recordaba a cada momento que no debía volver a intentar lo de las escaleras pero, siguió insistiendo en lo del aborto. Tomó ruda y, entre arcada y arcada, se moría de retortijones. También probó a tomar salfumán diluido en agua pero, a parte de vómitos y de unas boqueras negras no consiguió nada más. También intentó provocar una infección llenándose la vagina con perejil. Tuvo fiebre alta pero, al feto no le pasó nada. En un último intento por expulsar al parásito, la madre de María volvió a llenarse la vagina con perejil aunque sin más resultados que tener la vulva como el culo de un mandril y tener que hacer malabarismos para que los demás no le vieran rascarse a todas horas la escocida entrepierna.
Ya en el segundo trimestre, la madre de María se pinchó el cérvix con una aguja de hacer calceta. La hemorragia fue importante hasta el punto que, a la mañana siguiente, estaba pálida como la cera y solo tenía fuerzas para beber. Ni el agua fresca calmaba su sed. Ni el agua fresca calmaba la velocidad del pálpito de su corazón. Ni el aguaa fresca la disuadió de seguir en su empresa de eliminar a su hija no deseada y, en un último intento, María nació viva en el suelo de la cuadra. Su madre cortó el cordón de un mordisco y la envolvió en una toalla. De camino al río, oyó la voz de una vecina que le preguntaba adonde iba a estas horas. Le contestó que iba a ahogar a la niña al río, que no la quería. Aunque tampoco quería a la niña, la vecina la aceptó ya que le pareció muy fuerte ser cómplice del infanticidio. Así fue como María empezó su andadura por este mundo en el establo de la vecina de su madre. La tenían allí desnuda y le dban leche de las ovejas de vez en cuando. Nunca la vieron en un servicio de pediatría.
Con el tiempo, María empezó a gatear y a buscarse la vida. El gusto y el tacto fueron los sentidos que le abrieron las puertas al mundo. Iba recogiendo del suelo trrozos de comida, colillas, heces de las ovejas, hojas, aceitunas y otras frutas caídas de los árboles. Se lo ponía en la boca y esperaba un rato a que el nuevo sabor la inundara. Pronto aprendió a buscar aquello quee le proporcionaba placer y a rechazar lo que le provocaba un mal rato.
Cuando pudo andar fué una liberación, podía experimentar con un entorno más alto y más lejos. A los cinco años empezó a ayudar en casa. Presentó problemas para gurdar la ropa y lavar platos: era muy pequeña y no llegaba a los bordes. Sus padres adoptivos encontraron la solución y le regalaron una banqueta. Fué el único regalo que recibió María en toda su vida. A los siete años, le dijeron a María que debía empezar a ganarse la comida y la llevaron a trabajar al lavadero. Se pasaba el día con las manos en agua y sosa. Le sangraban por la noche. No tuvo más suerte en la fábrica de conservas que entró a trabajar después. Hacía mucho frío en invierno y el escozor de los sabañones no la dejaban dormir. En verano se la comían los mosquitos y los chinches. Esto siguió así hasta que conoció a Juan. Tenía dieciséis años. Se casó unos meses después de conocerlo para escapar de su situación pero, todo lo que consiguió fué un aumento de horas de su jornada laboral.
A Juan no le gustaba trabajar. Hacía de peón en la empresa de un constructor unas tres o cuatro horas por la mañana. Luego, comía en el bar y se iba a casa a esperar a María que volvía de la fábrica por la tarde. Al llegar a casa, María comía alguna sobra, se lavaba y se iba a la habitación con Juan para que se aliviara sexualmente. Al acabar, Juan se quedaba durmiendo y ella salía a trabajar limpiando dos casas. En verano, tres. A veces, algún vecino le daba algo de comer y Juan se lo quitaba y se lo comía aunque no tuviera hambre.
María tuvo ocho hijos, dos de ellos muertos. Para no interrumpir el sueño de Juan, María salía a parir al campo, entre los olivos. Recogía al recién nacido y lo dejaba sobre la placenta, ella la llamaba las tripas. Les dio estudios a todos y todos querían que se separara de semejante orangután pero, María siguió dejando que Juan le quitara la comida y el dinero durante cincuenta años más. Decía que sentía lástima por él. Durante este tiempo, los vecinos retiraron la palabra a Juan y le daban a María ropa y paquetes de comida que siempre beneficiaban a Juan.
Lo que más le gustaba a María era bañarse: llenar la bañera con agua caliente y estar un rato en remojo. Reutilizaba el agua para lavar la ropa ya que Juan no le dejaba usar la lavadora para no gastar electricidad. La lavadora estaba por estrenar.
Los hijos de María hacían su vida, solo uno iba a verla de vez en cuando. Todo el mundo estaba cansado de las broncas de Juan. Un día, María decidió subir al terrado y volar los cinco pisos que la separaban del suelo. Ese día, la puerta del terrado estaba cerrada con llave y no pudo despegar.
María solía ir a sus orígenes, al campo de olivos que la vio crecer, olivos que fueron su comadrona y su protección del frío, de la lluvia y del sol. Uno de esos días fue con una cuerda. Se había bañado con unas sales de baño que compró mientras Juan no paraba de gritar. Ató la cuerda a la rama más gruesa del olivo y se ahorcó.
Cuando la encontraron, los vecinos denunciaron a Juan por malos tratos y en comisaría dijeron que no precía un suicidio ya que no había dejado ninguna nota de despedida. Nadie pensó en María. Y, es que a María nadie le enseñó a escribir.