Hay días de todo
Dicen
que el inicio del día es el principio de una cadena de
acontecimientos y que la manera de levantarnos condiciona todo lo que
vaya a pasar a partir de ese momento. Así, no es lo mismo levantarse
con el pie derecho que con el izquierdo. No se puede afirmar de
manera categórica si esto es cierto pero, lo que si es verdad es que
hay días de todo.
Hay
días que todo fluye de manera suave, hasta el despertador suena como
una música dulce; son días modelo, para repetirlos, siempre
apetecen. Otros días empiezan como un trueno, son días de
despropósitos, días que duelen y están plagados de momentos que
sólo el olvido puede remediarlos. También hay días que se tiñen
de tristeza, son días de doble fondo, de buscar sentidos no
evidentes a la cosas, días hechos de momentos que evocan
languideces. Sin embargo, otros días están marcados por la
ansiedad, nos lo comeríamos todo, hasta el yeso de las paredes
parece que nos aprovecha, días de velocidad y de locura, de
emborronamientos. Algunos días están hechos de anclajes con las
cosas no resueltas, con lo que nos despierta y con lo que no nos ha
dejado dormir, con lo que nos quita la calma y con lo que distrae los
pensamientos.
Hay
días que parece que van a tejerse con cosas fáciles, de las que se
hacen sin pensar como no llegar a la cita que ha de cambiarnos la
vida, perder cosas, olvidarse de regar las plantas y ser
desagradables. Sin embargo, hay días en blanco en el calendario de
los que hay que llenar con lo que salga al paso. Son días de mirar
hacia adentro para sentir el ritmo interno. No hay que asustarse si
se descubre otro latido, es tu cadencia vital. Estos días no son tan
difíciles como parecen sólo que se narran de otra forma.
De
todas maneras, los mejores días son los que empiezan con un buen
recuerdo, con una mirada robada que se alarga al cerrar los ojos. Y
es que hay días que empiezan con un pestañeo.
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