domingo, 16 de febrero de 2020

UNA EDAD

Cuando se reflexiona sobre la edad, puede comprobarse que éste es un término que necesita resignificarse cada vez que se nombra. Y es que, este tema de reflexión no siempre nos conduce a los mismos estereotipos para poder contemplarlos y modificarlos a la luz de la voluntad. Es de las pocas cosas que siempre es la primera vez.


A veces, la edad se viste de sabiduría y nos toca con una cierta calidez. Es agradable que nos vean como personas expertas que todo lo saben. Pero, esta edad amable va creciendo y saca sus zarpas para arrancar todo aquello que ha costado tanto conseguir: la identidad, la memoria y la fuerza para dejarnos desnudos en la frontera del mundo casi sin poder andar.


Otras veces, la edad pasa sobre nuestras cabezas como un vendaval. Se lleva hasta los pelos y sacude todas nuestras células. Aunque no entendamos nada, hay que aceptar las limitaciones que va imponiendo para poder seguir planificando el tiempo futuro de manera realista.


De vez en cuando, la edad es como un escenario determinante de un estilo de vida concreto y nos fuerza a luchar para cambiar el decorado con evocaciones de pasados no resueltos. Escenario que recoge las miradas ajenas y espera una proyección hacia adelante mientras dice que no hay que perder el tiempo, que no es la escenografía lo que hay que cambiar.


Raras veces, la edad pierde la forma para convertirse en un proceso dinámico de pérdidas y ganancias personales al que hay que adaptarse. Y no todas las edades son iguales ni se viven de la misma manera. Al fin y al cabo es la sociedad quien define las fronteras entre las distintas etapas de la vida. Así, la frontera entre la edad madura y la tercera edad se suele asociar con el final de la edad laboral y suele establecerse entre los 65 y los 70 años de edad en los países occidentales. Aunque no se puede definir la edad exacta del cambio de etapa, es cierto que en esta época vital hay unas discontinuidades que reflejan cambios físicos, cognitivos y emocionales determinantes de una nueva etapa del ciclo vital que acarrea un nuevo estereotipo, el de la persona mayor.


Cuando se aborda la realidad de los mayores pertenecientes a minorías sociales como las personas LGTB, los inmigrantes, las personas con diversidad funcional o las personas con trastornos mentales, se acabalgan rasgo propios de la etapa vital que define la vejez y rasgos determinantes del grupo social a estudio. Esto se debe en parte ala falta de referentes específicos de la vivencia de la vejez para los grupos sociales minoritarios y, a su vez, minorizados. De todas maneras, parece que las inquietudes que definen la tercera edad también se comparten como inquietudes principales en los individuos pertenecientes a distintos grupos sociales cuando pasan de los 60 años de edad. Así, algunos estudios ponen de manifiesto que la soledad y el aislamiento social son los principales temores de los españoles cuando se les pregunta sobre la vejez. Se puede pensar que la mayoría de las personas afrontan la vejez con miedo y sensación de inseguridad. Un estudio poblacional realizado en 2018 (https://www.cignasalud.es/sala-de-prensa/notas-de-prensa/el-estudio-cigna-360deg-wellbeing-survey-2018-muestra-un-retroceso-en) afirma que la mayoría de los españoles (un 86%), y de manera independiente de otras variables como la edad, el sexo o las creencias, afirma no sentirse preparados para afrontar la vejez. Además, muchos de ellos (más del 25%) creen que no van a poder contar con nadie cuando lo necesiten. La realidad social confirma que no se trata de temores infundados ni de miedos irracionales cuando se afronta el final de la vida.


Sólo en España se estima que hay unos dos millones de mayores que viven solos sin que sea esta una opción elegida libremente y que más de una cuarta parte nunca reciben visitas. Abellán y Pujol (2013) apuntan hacia un aumento de la esperanza de vida y un descenso de la tasa de natalidad como causas del aumento progresivo de la población mayor que se estima que va a superar el 25% de la población cuando la generación del baby-boomer alcance la vejez y, aunque a nadie le guste hacerse mayor, es necesaria la construcción de nuevos significados que definan los diferentes estilos de vida de la última etapa del ciclo vital debido a que esta etapa se alarga y adquiere una representatividad social significativa. Estos datos del Imserso son similares a los que recogen otras estadísticas como la del Padrón Contínuo a 1 de enero de 2017 (INE) que además demuestra un aumento creciente de los hogares unipersonales entre los más mayores y ponen de manifiesto una relación entre la edad y la probabilidad de vivir en soledad. También se refleja, en esta estadística, la pensión media de los mayores que oscila entre los 920 y los 1000 euros mensuales en 2017.


Esta población mayor creciente que se enfrenta a una realidad llena de fantasmas, con vacíos interpretativos y sin referentes debido a lo novedoso de su situación histórica debe entenderse como un reto que nos atañe a todos. Por este motivo parece necesario el establecimiento de espacios de diálogo intergeneracionales, la asociación y el establecimiento de redes de colaboración entre los mayores.


De todas maneras, no sólo la edad cronológica es la determinante de la pertenencia a un grupo social, hay otros grupos con identidades minoritarias que llegan a la vejez desde otras vivencias y realidades. En el caso del colectivo LGTB, se acepta que sus mayores tienen particularidades biográficas que los distinguen de la mayoría poblacional como pueden ser el impacto del VIH o el de las terapias adversivas que sufrieron muchos de los mayores (fundamentalmente mujeres aunque se desconoce la proporción de mujeres afectadas). Otros mayores sufrieron detenciones y penas de cárcel (básicamente hombres) por su orientación sexual. Se acepta que la mayoría de los mayores LGTB han vivido un tipo u otro de agresiones homofóbicas que han dificultado salidas del armario y han generado respuestas anticipatorias a la homofobia (Mesquida, 2018). Aunque este colectivo comparta las mismas inquietudes con el resto de los mayores, lo hace con una vivencia y un impacto diferentes. Por ejemplo, un 80% de los mayores LGTB ocultan su orientación sexual cuando van a un centro de atención de larga estancia, hay una menor proporción de mayores LGTB que viven en pareja y tienen hijos. La mayoría de los mayores heterosexuales reciben cuidados de sus hijos y/ o parejas mientras que la mayoría de los mayores LGTB reciben cuidados de su círculo de amigos de edades similares lo que dificulta esta labor sobre todo en el grupo de edad más avanzada.


Se afirma que los mayores LGTB tienen un riesgo de pobreza mayor que sus homólogos heterosexuales. Esto es debido a que sobre un 25% de la población homosexual han tenido dificultades laborales a causa de su opción sexual (despidos, falta de promoción y dificultades para la contratación). También hay que tener en cuenta las menores deducciones a hacienda y la pérdida de las pensiones de viudedad de este colectivo (Gimeno, 2014).


Son posibles opciones satisfactorias para todos. Para que esto sea posible es necesario unirse y plantear las propuestas de manera contundente. Hasta el momento sólo ha quedado claro que las fuerzas políticas y las instituciones no están dispuestas a ofrecer nada. Y es que, una gran mayoría no tiene en cuenta que todos tendremos una edad.


Bibliografía
Abellán, A. y Pujol, R. (2013) Un perfil de las personas mayores en España, 2013. Indicadores estadísticos básicos. Madrid, Informes Envejecimiento en red no. 1 http://envejecimiento.csic.es/documentos/documentos/enred-indicadoresbasicos13.pdf




Mesquida, J. (entrevista) Mayor Actual 29/06/2018. http://www.mayorActual.com

LA LGTB et al., FOBIA

En un entorno cultural heterosexista en el que la formación de una familia tradicional representa uno de los objetivos personales más preciados, no es de esperar que estilos de vida distintos se contemplen como alternativas. Así, la homosexualidad se considera una anomalía, una desviación de la norma que hay que enmendar. En este contexto, los marcos legales que promueven la igualdad de derechos civiles y que sancionan las conductas homofóbicas no parecen ser medidas suficientes para acabar con el dualismo normativo/ no normativo (que genera un equilibrio inestable entre dos fuerzas opuestas) y poder promover así, la pluralidad de opciones de vida. Y es que la unidad familiar tradicional representa una buena herramienta para segmentar a las sociedades capitalistas sobre una línea acotada por el centro y la periferia del espacio público. Así, las alternativas minoritarias de unidades de convivencia se situarían en la periferia de los espacios dialécticos mientras que la familia tradicional mayoritaria ocuparía el centro de estos espacios. Las minorías (más o menos organizadas) extienden sus enunciados desde los márgenes del discurso normativo y cuestionan la supremacía del poder que ocupa el centro. De esta manera, el discurso social adquiere dinamismo en su periferia y cuestiona la supremacía inamovible del centro. Entonces, el discurso social se polariza y se vuelve contradictorio. En el caso de la homosexualidad, los relatos racionalizados que proponen marcos interpretativos basados en la igualdad de derechos, conviven con el discurso emocional de las estructuras de poder que expresan su rechazo mediante conductas de intentos de subordinación y dominio del grupo social LGTB buscando su invisibilización y /o su modificación de la conducta que define a las personas de este grupo.

Las emociones deben acompañarse de una cierta carga simbólica que permitan el análisis y el reconocimiento de los objetos a valorar mediante los sentimientos. Según las propuestas de Nussbaum (2019 pp 100-155), las conductas homofóbicas se originan a partir de un cóctel tóxico formado por ira punitiva, asco físico y miedo al desplazamiento del poder heteronormativo. Para poder sentir ira es necesaria la capacidad de pensamiento causal y habrá que poder definir a la comunidad LGTB como la causa de determinados malestares sociales. Por ejemplo, la asignación de una mayor corporeidad, genera la imagen de un colectivo amoral que busca el placer inmediato centrado en la sexualidad. Se puede tomar como muestra las palabras de Malaparte en su novela La piel (1945) que asocia la homosexualidad con la pedofilia y con la pertenencia a grupos desestabilizadores de la clase media ...creían ser dadaístas o surrealistas...o comunistas y no eran más que putas...una masa de jóvenes desencantados y desesperados que jugarán a ser pederastas como quien juega al tenis...Empiezan a hacer de Narciso y Corydon para demostrarse a sí mismos que no tienen miedo de nada, que han superado los prejuicios y las convenciones burguesas, que son verdaderamente libres...los jóvenes como tú creen que hacerse pederastas es una manera de hacerse revolucionarios...(p. 148).

La ira que define la homofobia es una ira que busca el castigo por el traspaso de barreras morales universales como la pedofilia, el abuso de sustancias, la práctica del narcisismo perverso (que infringe dolor a terceros como fuente de placer) y los intentos de ruptura de la armonía social.

Otra emoción que interviene en la construcción de la homofobia es el miedo. Es el sentimiento más primitivo y aunque nadie tenga memoria de ello, nacemos con una cierta conciencia de peligro y de indefensión que fuerza a la búsqueda de un mayor bienestar. El miedo es la base de muchas negativas y empuja a mirar hacia el centro inamovible del poder social para rechazar la aceptación de las diferencias, para no poder cumplir con el rol social asignado y para impedir la identificación con un estereotipo que se aleje del ideal.

El cóctel tóxico estructurante de la homofobia también incluye unos toques de asco. Este sentimiento lleva implícito una cierta idea de contagio que provoca la evitación de todo contacto físico con integrantes de grupos LGTB. Parece que este sentimiento justifica de manera más evidente el interés por las terapias de conversión en un intento de revertir lo asqueroso en aceptable.

Se puede considerar la homofobia como el producto de un discurso emocional y como tal, no necesita razón de ser. Se trata de un constructo social no razonado. Hay que añadir que todas las fobias ligadas al género tienen una narrativa similar aunque con un estereotipo particular en el imaginario colectivo que permite interiorizar un tipo u otro de fobia. Caben todo tipo de combinaciones. Así, por ejemplo, se puede ser transfóbico y no lesbofóbico o se puede ser lesbiana y ser bifóbica. Algo parecido ocurre con el racismo, otro constructo emocional, ya que no suele rechazarse a todos los grupos étnicos distintos del grupo dominante.

Las conductas dominadoras de las minorías que se distancian de los ideales sociales, se aprenden en una edad muy temprana y a veces, parece que es algo que se inyecta en la placenta ya antes de nacer. A las personas que se definen como pertenecientes al colectivo LGTB también se les ha inyectado este veneno en la placenta y han aprendido a rechazar aquello que desean. Las cosas pueden ser un poco distintas cuando esta homofobia omnipresente no ha sido eliminada, de manera consciente y racional, del imaginario de las personas LGTB. En muchos casos, aparecen impulsos ambivalentes de deseo y repugnancia que intensifica los comportamientos favorables a la urgencia de relaciones afectivas a las que se responde con un sentimiento de estra contra sí mismo que se traduce en actitudes de vergüenza y deseo de ocultarse (Ahmed, 2017 pp. 130-200). De esta manera, la construcción del armario, correría a cargo de las personas LGTB que fueran víctimas de sus propias contradicciones emocionales. Esto puede explicar que a pesar de una cierta aceptación social de la comunidad LGTB, siga existiendo el silencio vital y la ocultación de la sexualidad por parte de muchos integrantes del grupo LGTB. Es muy común justificarlo con desplazamientos de la realidad del tipo no tengo que explicar con quien me acuesto o mi vida privada es mía. Estas justificaciones no son más que refuerzos de la vergüenza presentados como actos volitivos aunque, sin la ocupación de los espacios públicos, no se puede planificar una vida en los espacios dialécticos ni se puede incluirse en grupos para actuar como una agencia con capacidad para interpelar a los demás.

Otras veces, también se pueden hermetizar los armarios mediante alusiones a terceras personas con quien se reparte la culpabilidad de la opción sexual. Es común oir frases del tipo me debo a mis hijos debo cuidar a mi madre para añadir a reglón seguido y ellos no lo entenderán, y los demás tampoco entienden nada ya que, la vida hay que proyectarla a título personal con quienes elijamos y no somos moneda de cambio ni nos debemos a nadie. Todas estas actitudes sólo generan marginación e impiden proyectar la vida de manera plena. Los armarios son opacos e impiden el discurso social en la medida que no se encaja en el puzle normativo. Cuando la heterosexualidad es vista como lo normal y no como la más frecuente, a los no heterosexuales, si no quieren conquistar espacios públicos, sólo les queda aislarse para acotar el espacio de seguridad (Jimenez, 2019). Todo lo expuesto permite explicar en parte, que aún haya muchas personas LGTB que siguen sin atreverse a ser visibles públicamente y sacrifiquen su vida por evitar una mala mirada.

Bibliografía

Ahmed, S. (2017) La política de las emociones. Universidad Nacional Autónoma de México.

Jimenez, P. (20-06-2019) Mayores LGTBI, la generación silenciada. El País.

Malaparte, C. (2019) La piel. Galaxia Gutemberg. Barcelona.

Nussbaum, M.C. (2019) La monarquía del miedo. Paidós. Barcelona.

EL GÉNERO COMO UNA NECESIDAD

Una gran proporción de autores aceptan que el género es un constructo social que empieza a formarse en las primeras etapas de la socialización y sigue desarrollándose a lo largo de la vida. La construcción del género obedece a un estereotipo binario, femenino- masculino, asignado según el sexo biológico en el momento del nacimiento. Cada estereotipo de género implica, a su vez, la asignación de un rol socialmente definido. De esta manera las expectativas propuestas por cada rol se exigen antes de la construcción de la identidad de género como elemento determinante del self. 

Actualmente, algunas voces cuestionan el binarismo de género hasta el punto de replantearse su definición misma y se contempla la existencia de estereotipos de género sin asignación social de roles específicos y construidos a partir de disonancias con la heteronormatividad. Puede pensarse que el género femenino construido en base a la complementariedad del género masculino y no como un conjunto de referentes aceptables por el grupo social diana, incluya un rol no desado por las mujeres. Esto, podría generar en este grupo una situación de estrés de las minorías, aunque demográficamente las mujeres representen la mitad de la población, o bien un rechazo del rol asignado que se expresaría a través de diferentes patologías como la fibromialgia, los trastornos de la alimentación o distribuciones diferenciales con los hombres de ánimos depresivos o trastornos de ansiedad. 

Otro aspecto de reflexión hace referencia a la plasticidad y al dinamismo del propio concepto. De esta manera, cabe preguntarse la manera de resolver las ambigüedades del concepto identidad de género si su campo semántico varía según los momentos y lugares en que se enuncia. Por ejemplo, en la España de los 70, el franquismo define a la mujer con atributos de sumisión a los principios de la patria y del cuidado de la familia mientras que a los hombres les reserva el papel de engrandecer la patria mirando al mundo. Según estas definiciones de lo masculino y femenino, las desviaciones de los estereotipos también se contemplaran de distintas maneras. Poe ejemplo,  los hombres homosexuales se definían en términos del Código Penal y de la psiquiatría y se castigaban con cárcel o con tratamientos de la psiquiatría heredada del nazismo (Valenzuela, 2019). Esto permitió que los hombres homosexuales no perdieran ni su etiqueta de masculinidad ni un espacio público discursivo (aunque muy penoso). Las mujeres homosexuales tuvieron una suerte distinta, ya que se las etiquetó en la categoría de mujeres locas que incluyen a todas las mujeres que no cumplen la ideología de género establecida en un intento de borrar, mediante su reclusión en los psiquiatricos, todos los aspectos de sus personalidades y, así, perdieron los espacios dialécticos sociales y su condición de mujeres sin posibilidad de estructurar un discurso colectivo mediante la unión de individualidades (Gómez- Ruíz, 2019). 
Se puede intuir que la identidad de género está definida por un conjunto de etiquetas (además de las que definen la etnia, la edad, las convicciones, etc.) que son determinantes de la estructura del self. Junto a esta definición genérica hay que añadir a todas las personas que se sienten incomodas con el etiquetaje y proponen su ruptura como manera de presentación, como manera de estar presentes. Y es que, a veces, las etiquetas generan incomodidad y consumen tiempo de trabajo de autodefinición. Parece cierto que algunas etiquetas pican con el calor y no nos protegen del frío. No siempre se sabe elegir y puede que nos presentemos como si lleváramos un disfraz de carnaval. Esto provoca una sensación de ridículo como si entraramos en una sala donde hay un concierto de gala con el bañador y la toallla al hombro.  Aunque hayamos entrenado, tengamos la autoestima por las nubes y nos guste bailar el vals, no saldremos de un rincón.  Y todo por llevar las etiquetas que no tocan. Tampoco parece una buena opción presentarse al concierto transparente e invisible ya que se interpreta, en el mejor de los casos, como un cuerpo negado y nadie baila o entabla conversaciones con un no- cuerpo. No parece que sea necesario borrarse del mundo si no podemos identificarnos con un sexo biológico o con un estereotipo normativo. Para eso tenemos la creatividad. Parece que el género trasciende estos cánones y no tiene que corresponderse con ellos. No somos pavos reales. 

El género podría definirse como el lenguaje que utiliza un hablante en busca de interlocutor, un lenguaje que sólo existe cuando se habla. Es cierto que las distintas formas de poder intentan que sólo se hable su lengua y así poder decidir lo que puede enunciarse y lo que debe desaparecer. No hay que dejar que este poder lo ejerzan terceros y hay que usar la creatividad para decidir con quien vamos a intercambiar emociones. Y no todo el mundo es válido, sólo hay que imaginarse la diferencia del disfrute de una visita a la exposición de nuestra pintora preferida con alguien que comparte nuestros gustos y que además, puede aportar datos sobre los motivos de su pintura que con alguien que aborrezca la pintura. Y son precisamente las etiquetas que mostramos las que nos dejan intuir, y nos equivocamos muy poco, quien puede ser el acompañante ideal para cada una de las ocasiones  de mantener una conversación emocional. De esta manera, el género ya no sólo implica coquetería sino que abre más posibilidades a medida que se van reconociendo y estructurando los sentimientos de cada cual. 

El género se puede entender como un contenedor de símbolos emocionales que se disponen formando una gramática o leyes de enunciación que se hacen inteligibles para determinados colectivos. Esta última definición permite que el género se desarrolle de forma paralela a otros aspectos de las habilidades cognitivas y puede modificarse en función de la coherencia con la incorporación de unos u otros símbolos a lo largo de la vida. Esta estructuración y modificación simbólica de la identidad se lleva a cabo mediante actos en gran medida volitivos y por eso, vale la pena razonar y mantener un espíritu crítico cuando nos definimos. Las personas que se tatuan pueden servir como ejemplo de este último punto. El tatuaje puede considerarse un símbolo identitario y su contenido puede aportar rasgos de la persona que lo luce. Pero, los tatuajes también establecen una diferencia entre las personas tatuadas y las que no lo están y ofrecen reglas o gramáticas interpretativas diferentes de los códigos gráficos. Algo parecido puede decirse de los estereotipos de género, la pluma, la masculinidad o la feminidad, que pueden interpretarse de manera distinta por diferentes colectivos, ya que tienen gramáticas distintas. 

Bibliografía
Gómez- Ruíz, L. (10-06-2019) Los psiquiátricos se utilizaron para librarse de muchas personas durante el franquismo. La Vanguardia. 

Valenzuela, J.L. (6-07-2019) El franquismo contra los homosexuales: represión, cárcel, manicomios, destierros, electroshocks… El Plural. https://www.elplural.com