domingo, 16 de febrero de 2020

EL GÉNERO COMO UNA NECESIDAD

Una gran proporción de autores aceptan que el género es un constructo social que empieza a formarse en las primeras etapas de la socialización y sigue desarrollándose a lo largo de la vida. La construcción del género obedece a un estereotipo binario, femenino- masculino, asignado según el sexo biológico en el momento del nacimiento. Cada estereotipo de género implica, a su vez, la asignación de un rol socialmente definido. De esta manera las expectativas propuestas por cada rol se exigen antes de la construcción de la identidad de género como elemento determinante del self. 

Actualmente, algunas voces cuestionan el binarismo de género hasta el punto de replantearse su definición misma y se contempla la existencia de estereotipos de género sin asignación social de roles específicos y construidos a partir de disonancias con la heteronormatividad. Puede pensarse que el género femenino construido en base a la complementariedad del género masculino y no como un conjunto de referentes aceptables por el grupo social diana, incluya un rol no desado por las mujeres. Esto, podría generar en este grupo una situación de estrés de las minorías, aunque demográficamente las mujeres representen la mitad de la población, o bien un rechazo del rol asignado que se expresaría a través de diferentes patologías como la fibromialgia, los trastornos de la alimentación o distribuciones diferenciales con los hombres de ánimos depresivos o trastornos de ansiedad. 

Otro aspecto de reflexión hace referencia a la plasticidad y al dinamismo del propio concepto. De esta manera, cabe preguntarse la manera de resolver las ambigüedades del concepto identidad de género si su campo semántico varía según los momentos y lugares en que se enuncia. Por ejemplo, en la España de los 70, el franquismo define a la mujer con atributos de sumisión a los principios de la patria y del cuidado de la familia mientras que a los hombres les reserva el papel de engrandecer la patria mirando al mundo. Según estas definiciones de lo masculino y femenino, las desviaciones de los estereotipos también se contemplaran de distintas maneras. Poe ejemplo,  los hombres homosexuales se definían en términos del Código Penal y de la psiquiatría y se castigaban con cárcel o con tratamientos de la psiquiatría heredada del nazismo (Valenzuela, 2019). Esto permitió que los hombres homosexuales no perdieran ni su etiqueta de masculinidad ni un espacio público discursivo (aunque muy penoso). Las mujeres homosexuales tuvieron una suerte distinta, ya que se las etiquetó en la categoría de mujeres locas que incluyen a todas las mujeres que no cumplen la ideología de género establecida en un intento de borrar, mediante su reclusión en los psiquiatricos, todos los aspectos de sus personalidades y, así, perdieron los espacios dialécticos sociales y su condición de mujeres sin posibilidad de estructurar un discurso colectivo mediante la unión de individualidades (Gómez- Ruíz, 2019). 
Se puede intuir que la identidad de género está definida por un conjunto de etiquetas (además de las que definen la etnia, la edad, las convicciones, etc.) que son determinantes de la estructura del self. Junto a esta definición genérica hay que añadir a todas las personas que se sienten incomodas con el etiquetaje y proponen su ruptura como manera de presentación, como manera de estar presentes. Y es que, a veces, las etiquetas generan incomodidad y consumen tiempo de trabajo de autodefinición. Parece cierto que algunas etiquetas pican con el calor y no nos protegen del frío. No siempre se sabe elegir y puede que nos presentemos como si lleváramos un disfraz de carnaval. Esto provoca una sensación de ridículo como si entraramos en una sala donde hay un concierto de gala con el bañador y la toallla al hombro.  Aunque hayamos entrenado, tengamos la autoestima por las nubes y nos guste bailar el vals, no saldremos de un rincón.  Y todo por llevar las etiquetas que no tocan. Tampoco parece una buena opción presentarse al concierto transparente e invisible ya que se interpreta, en el mejor de los casos, como un cuerpo negado y nadie baila o entabla conversaciones con un no- cuerpo. No parece que sea necesario borrarse del mundo si no podemos identificarnos con un sexo biológico o con un estereotipo normativo. Para eso tenemos la creatividad. Parece que el género trasciende estos cánones y no tiene que corresponderse con ellos. No somos pavos reales. 

El género podría definirse como el lenguaje que utiliza un hablante en busca de interlocutor, un lenguaje que sólo existe cuando se habla. Es cierto que las distintas formas de poder intentan que sólo se hable su lengua y así poder decidir lo que puede enunciarse y lo que debe desaparecer. No hay que dejar que este poder lo ejerzan terceros y hay que usar la creatividad para decidir con quien vamos a intercambiar emociones. Y no todo el mundo es válido, sólo hay que imaginarse la diferencia del disfrute de una visita a la exposición de nuestra pintora preferida con alguien que comparte nuestros gustos y que además, puede aportar datos sobre los motivos de su pintura que con alguien que aborrezca la pintura. Y son precisamente las etiquetas que mostramos las que nos dejan intuir, y nos equivocamos muy poco, quien puede ser el acompañante ideal para cada una de las ocasiones  de mantener una conversación emocional. De esta manera, el género ya no sólo implica coquetería sino que abre más posibilidades a medida que se van reconociendo y estructurando los sentimientos de cada cual. 

El género se puede entender como un contenedor de símbolos emocionales que se disponen formando una gramática o leyes de enunciación que se hacen inteligibles para determinados colectivos. Esta última definición permite que el género se desarrolle de forma paralela a otros aspectos de las habilidades cognitivas y puede modificarse en función de la coherencia con la incorporación de unos u otros símbolos a lo largo de la vida. Esta estructuración y modificación simbólica de la identidad se lleva a cabo mediante actos en gran medida volitivos y por eso, vale la pena razonar y mantener un espíritu crítico cuando nos definimos. Las personas que se tatuan pueden servir como ejemplo de este último punto. El tatuaje puede considerarse un símbolo identitario y su contenido puede aportar rasgos de la persona que lo luce. Pero, los tatuajes también establecen una diferencia entre las personas tatuadas y las que no lo están y ofrecen reglas o gramáticas interpretativas diferentes de los códigos gráficos. Algo parecido puede decirse de los estereotipos de género, la pluma, la masculinidad o la feminidad, que pueden interpretarse de manera distinta por diferentes colectivos, ya que tienen gramáticas distintas. 

Bibliografía
Gómez- Ruíz, L. (10-06-2019) Los psiquiátricos se utilizaron para librarse de muchas personas durante el franquismo. La Vanguardia. 

Valenzuela, J.L. (6-07-2019) El franquismo contra los homosexuales: represión, cárcel, manicomios, destierros, electroshocks… El Plural. https://www.elplural.com

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