miércoles, 21 de junio de 2023
Vivir en sueños, un relato.
María y María vivían en un piso del centro de la ciudad. Todo bullicio. Habían hecho de la vivienda un refugio donde las actividades de lectura, escritura y de conversaciones con amigos, llenaban la mayor parte del día. Excepto algunas reuniones con la dirección, la mayor parte de sus jornadas laborales trancurrían en el domicilio así que se podría decir que eran de pocos desplazamientos y veían la vida pasar sentadas frente a una ventana abierta al mundo. No ignoraban el entorno pero, mantenían con este una distancia que podría llamarse de vecindad.
Hacía poco que María había descubierto a Asa Larsson, una escritora sueca dedicada a la novela negra hasta que hace unos diez años y a causa de ciertas dificultades lectoras de uno de sus hijos, se dedicó a la literatura juvenil. Ahora, parece que el hijo de Asa ya ha superado el escollo y, recientemente, la escritora ha ofrecido el último libro de la serie protagonizado por Rebecka. Rebecka es una mujer inteligente, mal adaptada y solitaria que podría decirse de ella que es el alter ego de su autora. Y esto fué lo que atrapó a María: la soledad fría, ese tipo de soledad que no se puede compartir con nadie. Es una soledad que se manifiesta por un sentimiento de vacío y se agudiza con la presencia de humanos. Es una soledad que se deja sentir de manera muy aguda en cualquier situación. Este tipo de soledad está llena de aguijones. Esta soledad es la que se siente al nacer y al morir, es la que pone distancias con el resto del mundo y echa el freno a cualquier cosa.
También se puede sentir otros tipos de soledades como la que nos provoca inquietud cuando nos perdemos y vemos que quienes están a nuestro alrededor saben donde van. También se puede sentir una soledad que acogota, es la que acompaña a las pérdidas. No todo lo referente a la soledad ha de ser negativo, algunas soledades inquietan de manera placentera, son las que acompañan a los triunfos y a las esperas de un deseo cierto. Otras soledades pasan desapercibidas, son las que acompañan a las rutinas de cada cual. A veces, se toma conciencia de estos pequeños aislamientos y los combatimos cantando en la ducha, diciendo hoy va a ser un buen día mientras nos peinamos delante de un espejo o bien hablando en la cola de la caja del supermercado. Otras soledades se sienten en situaciones de falta de empatía que bloquea el diálogo de las emociones. Y, es que la soledad, sólo deja de sentirse con una buena conversación o un buen abrazo.
Pasado un mes del descubrimiento literario, María ya habia leído todas las novelas de Asa, conocía su biografía y había leído todos los ensayos y críticas que hacían referencia a la escritora. Un día, María llegó con un libro en la mano, dijo que se lo había encontrado asomando por el borde de una papelera. No era un libro nuevo de los que se compran en las librerías, era un libro de aspecto tosco, marrón oscuro, como hecho de papel de embalaje. En el lomo ponía Asa Larsson con letras negras. Lo más particular del libro es que no tenía hojas pero, sus cubiertas mantenían una forma sin acabar de cerrarse y parecía que abrazaban a un montón de cuartillas.
María colocó el libro en un estante del comedor y sacó de su mochila un bote que contenía una pasta oleosa y extendió un poco sobre el lomo. María había encontrado ese bote al lado del libro y en la etiqueta explicaba que era así como debía leerse el libro. Así que María se unió sin rechistar al nuevo ritual de lectura. Varias veces al día, experimentaba el tacto oleoso del lomo del libro. No era algo placentero pero, había que reconocer que creaba adicción. Tras unas semanas de iteración diaria de este curioso ritual, parecía que el libro se había ensanchado. Tras unas cuantas semanas más, la sospecha se hizo evidencia y el libro empezó a no dejar espacio a los otros libros de la estantería. Los libros de los extremos de la estantería se iban levantando e inclinándose hacia el centro de la hilera de libros. Pronto hubo que sacar libros del estante mientras que el de Asa seguía creciendo al ritmo imparable de las repeticiones del ritual de lectura. Ni siquiera abandonó el ritual cuando el libro ya ocupaba todo el comedor.
Ahora, las cubiertas del libro exceden los límites de las paredes del piso. Ya no hace falta entrar en el libro para quedarse en un mundo de luz donde todo se reconoce. Sólo es necesario estar ahí para descubrir una sociedad oscura más allá de los límites de la visión onírica que ofrece el libro. Tenemos una identidad hecha de literatura.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario